domingo, 28 de junio de 2009

y al tercer día..(IV)

La desnudez de Virginia suponía que ya no habría un vuelta atrás, ya que si cualquiera que pudiese verles sabría que estaban haciendo algo más que jugar inocentemente.


Virginia, antes de volver a permitir que Carlos volviera a tocarle los pechos, decidió por su cuenta quitarle la camiseta a Carlos, quién no había cogido sudadera previamente ya que no pensaba alejarse mucho de la hoguera y algo le decía a Virginia que en esos momentos no pasaría frío.


Estando por primera vez ambos semidesnudos, volviernos a besarse apasionadamente, revolcándose por la playa, comiéndose la boca, acariciando sus pechos (tanto el pecho de Carlos como los pechos de Virginia), besándose en el cuello, en las orejas, en los ojos, en la barbilla..


Conociendo el cuerpo del otro con otro sentido diferente al de la vista o del tacto, el sentido del gusto.


Por primera vez, Virginia acercó su mano al miembro erecto de Carlos, introduciéndola por debajo del bañador lentamente, para encontrar su miembro húmedo. Esto excitó mucho más a Carlos quién empezó a mover las caderas mientras recorría el cuello de Virginia.


Virginia volvió a dar la vuelta a Carlos, obligándole a ponerse debajo suyo otra vez, y desató el cordón del bañador para dar libertad al pene de Carlos.


Esta actividad nocturna cesó en el momento que tras introducir el miembro en su boca, sin medidas, ambos alcanzaron el orgasmo, él dentro de ella, y ella sobre la arena.


***


Avergonzados de lo que habían hecho, con el sentimiento de culpa que aflora cuando disminuye la pasión, regresaron en silencio al campamento, donde cada uno se acostó en su tienda habitual.


Al día siguiente prácticamente no se hablaron. Se regían mutuamente buscando siempre cosas que hacer que les mantuvieran alejados el uno del otro, para evitar en la medida de lo posible cualquier mínimo contacto visual.


La tarea les resultó fácil, ya que era domingo, había que empaquetar todas las cosas para recogerlas en los coches y volver a la ciudad, además de limpiar en la playa los restos de la fiesta, y la resaca de los demás, unida a la suya propia facilitaba el trabajo mecánico como de autómatas que estaban haciendo.


Dado que los domingos, además de ser el último día del fin de semana, marcaban el final de las jornadas de camping playeras, todo el mundo se encontraba de un cierto mal humor, por lo que la relación fría entre Carlos y Virginia pasaba desapercibida.


En el viaje de vuelta ambos, que esta vez les había tocado no conducir, no hacían más que revivir en su cabeza lo que había pasado la noche anterior, no estando seguros de sus sentimientos ni de los sentimientos del otro.


Y otra vez la cobardía y la ausencia de búsqueda de un momento a solas sin que resultase en exceso sospechoso para hablar ya en la ciudad harían que no se hablaran en un par de días.


Esos días fueron angustiosos, ya que sentían que habían traicionado a Luis, como también sentían que se habían traicionado a sus ideales, a sus principios…a ellos mismos en definitiva con sus acciones.


Tres largos días enteros, tres largos días aguantando a la gente hablar y quedar mientras algo le consumía por dentro. Tres días, en los que cada minuto se había convertido en una aguja que torturaba, como el latir de los relojes con cada segundo, sus cabezas.


Esos días habían querido mil veces coger el teléfono y marcar el número del otro, habían redactado y borrado mil mensajes farfullendo cualquier excusa para quedar y hablar, párrafos escritos y eliminados en borradores de mails que no llegaron a enviarse.


No fue hasta la primera de las horas de universidad del cuarto día en la que los dos amantes se encontraron frente a frente en uno de los pasillos de la universidad. Ambos habían pasado mala noche y estaban llegando tarde a sus respectivas clases.


No había excusa para mirar hacia otro lado, no había tampoco ganas de hacerlo. Pese a que el pasillo se encontraba en ese momento vacío porque todos los alumnos estaban atendiendo las clases, sintieron que en el mundo solamente volvían a existir ellos dos.


Se acercaron lentamente el uno al otro, pensando en la cabeza mil y una frases para empezar a hablar, una excusa fingida que no había significado nada, una gran mentira de que había sido todo un gran error, buscar cabezas de turco pensando en hormonas cuando realmente lo que querían gritar es que se habían gustado desde que se vieron, y se amaban desde que se conocieron.


No hubo palabras esa vez, de sus bocas no salió apenas un débil murmullo antes de que volvieran a fusionarse de nuevo, abrazados bajo los rayos de sol que se filtraban por las ventanas de ese pasillo vetusto de la facultad, unidos en un sólo ente de nuevo bajo la mirada indiferente de paneles de corcho con notas de los estudiantes, posters de manifestaciones y carteles de prohibido fumar.


Permanecieron así, en silencio, sintiendo Virginia de nuevo el calor de Carlos, y éste el aroma de su pelo durante lo que a ellos les pareció unos segundos, pero que el timbre de la finalización de las clases les obligó a despertar y separarse manteniendo de nuevo la compostura.


Habían pasado más de 40 minutos abrazados, y no había sido más que un suspiro.

Decidieron bajar a la cafetería de la facultad, donde, sentados en unas viejas sillas de coca cola con unos donuts y bebidas (café para ella, chocolate para él) y amparados por el bullicio de decenas de estudiantes que habían decidido invertir de nuevo una mañana en la cafetería resolviendo los problemas del mundo, decidieron resolver el suyo.


Virginia quería a Luis. Eso estaba claro, no había necesidad de decirlo y ahondar la herida que les separaba. Siempre evitaban el tema de Luis a partir de ese momento. Ambos sabían que estaba presente, le conocían, hablaban con él, y hacían como que en su relación no existiera una tercera persona, cuando realmente ellos eran la tercera persona de la relación.


Sobre todo Carlos.


Expresaron mutuamente lo que sentían el uno por el otro, y las palabras brotaron naturalmente por sus bocas. Nada de los discursos que en esos tres días habían preparado servía ya.. Todo era mágico.


A partir de esos días, el sol era más brillante para ambos. Virginia seguía comportándose de la misma manera con Luis, la lejanía que presumía Carlos que se generaría no se producía a sus ojos, pero le daba igual ya que Virginia le aseguraba cada noche mediante un mensaje al móvil que le quería.


Muchas noches, en las que Virginia comentaba a Luis que se iba a dormir a su residencia y no se quedaba en el piso con él, iba a la residencia de Carlos, apenas separada unos metros de la suya, y pasaban toda la noche abrazados.


No se atrevían a más. Sabían que no estaban haciendo lo correcto respecto a Luis, y tampoco estaban seguros de su relación, ya que mucha gente de su círculo de amigos y familiares la desaprobaría.


Virginia quería a Carlos, de eso estaba segura. No era una persona de las que dicen las cosas a la ligera, aunque sí que es verdad que su amor por él estaba matizado. Sabía que el amor es el sentimiento más puro e inocente que existe en el mundo y no entendía porqué no era capaz de vivir de verdad su amor por Carlos.


Si realmente estaba enamorada de él, si realmente le quería, sería capaz de luchar contra le gente para defender la inocencia de su sentimiento, y la gente que la quería la entendería, pese a que mucha gente no entendería al principio su actuación o sus motivos.


Pero también estaba Luis, con quién ella se encontraba muy a gusto. No podía renunciar a ninguna de las dos cosas, y no quería elegir. Por eso no hacían más que dormir abrazados todas las noches y susurrarse palabras bonitas, sin llegar a nada más.


Carlos, que por fin había realizado sus sueños con Virginia y estaba realmente loco por ella, soportaba la situación, engañándose y fantaseando con la idea que Virginia abandonase a Luis, pese a que ella siempre le contestaba con evasivas cada vez que intentaba, a través de círculos llegar al tema u optaba por medio enfadarse con él y mostrarse ofendida.


En estos casos, Carlos, quien tenía un miedo atroz a perderla, se arrepentía de lo que él denominaba su egoísmo al intentar descubrir las intenciones de Virginia, ya que debía ser ella la que decidiera libremente entre los dos. Carlos sabía que la ayudaría con todo, que saldrían delante de esta situación, al fin y al cabo no era tan inusual.


Lo que Carlos no sabía es que aunque Virginia decía que no sabía lo que quería, en el fondo, y aunque ella no lo quisiera ver y Carlos no lo quisiera creer, en el fondo había tomado la decisión de seguir con Luis.


Pero también era normal, hacía apenas tres semanas que había pasado aquello en la playa, y ambos habían tenido compromisos sociales y estudiantiles a los que acudir, sin contar las vacaciones que pillaron de por medio.


Aunque esa parecía ser la decisión de Virginia a una persona externa a la historia que la hubiese conocido de repente, nadie podía saber lo que depararía el futuro, y era a eso a lo que se agarraba Carlos, a un clavo ardiendo. Y mientras se quemaba era feliz durmiendo abrazado a Virginia las noches en las que ella se lo permitía.


To be continued.

miércoles, 24 de junio de 2009

sin rodeos..

interrumpimos la emisión del relato para dar una noticia de última hora:


no han tenido el valor de decírmelo a la cara, se les habría caído de vergüenza.
¿alguna duda?

perdonen las molestias, la emisión seguirá conforme establecido.

martes, 23 de junio de 2009

y al tercer día..(III)

El ritmo cardiaco de los dos había entrado en Sprint.

Se miraban de nuevo como siempre, como la primera vez.

Virginia se encontraba con los ojos abiertos, reflejándose en sus ojos marrones, prácticamente negros por la falta de luz de esa noche, todas las estrellas del firmamento y el reflejo de los ojos de Carlos.

Su boca, a escasos centímetros de la de Carlos, se encontraba abierta como la una copa de vino. Sus labios, rojos por el color de la noche, se encontraban sedientos y ansiosos del beso. Tenía un poco de la dorada arena en el costado de su cara, haciendo que el silicio de la misma brillara con la luz de la luna y contrastando de forma mágica contra su piel tostada.

La coleta del pelo se le había soltado en la lucha y ahora sus cabellos dormían desparramados sobre la arena, desbocados en ondas de azabache que parecían hundirse en la arena como las raices de un árbol en la tierra.

No debían. Estaba mal.

Esa mañana Virginia se había despedido de Luis haciendo el amor sobre la cama en que tantas ocasiones habían compartido juntos. No era sólo sexo. Virginia tenía mucho cariño hacia Luis, de hecho quería a Luis, no podría vivir sin él.

El año pasado había conocido a sus padres, en nochevieja, había compartido con ellos la entrada del año nuevo, conocido a sus sobrinos, había recibido el emocionado beso de su abuela felicitándole el año nuevo como su nueva nieta.

Tenían planes de vida juntos, cuantos hijos tendrían, como se llamarían, dónde se casarían, qué tipo de casa comprarían. Conocía a Luis desde hacía tiempo ya, antes del instituto, cuando sólo eran amigos y sentía por él lo que sentía ahora por Carlos.

Pero lo deseaba tanto…

Sabía que ese iba a ser el veneno que destrozara su vida tal y como la tenía planteada, no es que fuera a estropear su vida en sí, sino que todos los esquemas y expectativas que se había montado caerían como un castillo de naipes arrastrados por una corriente caprichosa de aire.

Se encontraba pues, como se debía de encontrar Cleopatra delante del aspiz de seccionaría su vida, si la fábula fuera cierta, a punto de morder la manzana que la expulsaría del paraíso..siempre que Luis se enterara.

No lo sabría nunca. Lo había deseado tanto que tenía que hacerlo y matar la curiosidad.


Y la curiosidad no mató al gato sino que se lo llevó al agua. O al huerto en este caso.

Izó el cuello al encuentro de los labios de Carlos, que le esperaban también medio abiertos, húmedos, salados como salada estaba ella por estar todo el día surfeando.

La cuerpo de Carlos le quemaba encima del suyo, y su erección crecía en tamaño y en calor a medida que iba aproximando sus labios a los suyos. Notaba como se le clavaba entre el pubis y el ombligo, notando que el instrumento de Carlos debía de ser más grande que el de Luis.

Sus labios se rozaron repetidamente como se roza la placa de vitrocerámica para saber si está caliente pero a un ritmo infinitamente menor. Fueron abriéndose hueco, amoldándose poco a poco entre ellos hasta acabar cerrándose para besárse lentamente.

Al cerrar sus labios y besarle sentía que estaba probando la más dulce de las chirimoyas, de hecho, el movimiento de sus labios al separarse era el mismo que produces de forma inconsciente al sorber el jugo de esa fruta, para de nuevo volver a abirse a los de Carlos, esta vez con mayor intensidad y velocidad.

La situación era muy placentera, sentía como algo dentro de ella empezaba a arder, y empezó a sentir humedad entre sus piernas. Carlos debía de estar gozando también ya que sus besos eran también apasionados y la cabeza de su pene empezaba a bascular en torno a su ombligo.

Apoyó su mano sobre el bíceps de Carlos, acariciándolo a la vez que se asía a él para besarle. Carlos con el brazo que le quedaba libre, la cogió lentamente por la nuca, desplazando los dedos desde la base del cuello y comienzo de la camiseta hacia su cogote, en un movimiento lento y sieguro, peinando su pelo a la vez.

La sensación de placer, unida a la de deseo largamente encadenado y ahora desatado, y la culpabilidad era suficiente para que en ese momento ni la sirena de un petrolero a un metro de distancia les hubiese acercado a la realidad.

Mientras se besaban Virginia iba subiendo su mano hacia el hombro de Carlos, sintiendo su redondez de su músculo y avanzando con la mano abierta hacia su espalda.
Carlos a su vez había empezado a acariciar la oreja sin pendientes de Virginia.

Cuando dejaron de besarse, volvieron a mirarse a los ojos, sin comprender cómo habían llegado a ese punto.

Carlos era amigo de Luis. Había compartido con él miles de historias y de secretos, muchas noches de juerga y alguna de llanto.

Antes de que se arrepintieran, Virginia volvió a tomar la iniciativa y empujó el cuerpo de Carlos, aplastando su sexo contra el suyo, hasta dar la vuelta a la situación y quedar ella encima.

Con el nuevo cambio de postura, Virginia podía sentir perfectamente la erección de Carlos cerca de su sexo, justo encima de donde comienza la sonrisa vertical coincidía el glande de Carlos.

Virginia abrió las piernas para acunarse sobre Carlos mientras volvían a besarse.
Sentía como con Luis, hasta ahora el único chico con el que había estado, que se estaba derritiendo por dentro, lo que a ella le parecía un río deslizándose entre sus ingles, hacia el cuerpo de Carlos.

Carlos la tenía cogida por las corvas mientras se besaban, acariciando aquella parte de la mujer por la que los antiguos medievales prohinbieron los instrumentos musicales, dirigiendo cadenciosamente su balanceo sobre su sexo.

Virginia tenía cogido a Carlos por el cuello, inmovilizando su cara mientras se besaban, acariciándole por el inicio incipiente de la barba, luego las orejas, como quién coje un jarrón de cristal para admirarlo.

Carlos fue subiendo las manos por los costados de Virginia, hasta alczanzar sus axilas.

Con los pulgares fue trazando de forma simétrica el camino hacia sus duros pezones, los que antes sólo había notado a través de su camiseta, para poco a poco ir posando la mano sobre sus pechos.

Carlos creía conocer cada centímetro de su cuerpo, no en vano la había observado desde hacía mucho tiempo, pero esta vez había roto el halo de sus sueños para tocar por primera vez sus senos sobre la fina tela de la camiseta, ya que se había quitado la parte de arriba del bikini para dejarla a secar cerca de la hoguera.

Los pechos de Virginia le parecían perfectos. A diferencia de otros chicos donde predominaba el tamaño y la voluptuosidad de los senos, a Carlos más que unos pechos grandes le gustaban unos pechos bonitos. Los pechos de Virginia le parecían perfectos, tenían la forma de pera y abultaban ahora excitados, como su puño cerrrado.

Además le encantaba que fuean naturales, los había observado como se movían cuando bailaba con las olas mientras practicaba surf, cómo parecían fundirse con su cuerpo cuando se tumbaba para tomar el sol, o cómo se le endurecían cuando hacía frío y se le trasparentaban en las camisetas que ponía cuando consideraba que estaba medio seca.

Ahora podía sentirlos en su plenitud. Esos senos ahora se encontraban duros, como melocotones maduros, completamente redondos, con el pezón en la cúspide duro como si fuese la ramita de los mismos.

Carlos los cogió con sus manos, como si los estuviese modelando en barro la vez primera a partir de una pelota, es decir, agarrando con los dedos inferiores la base, marcando el recorrido con el meñique y haciendo presión como una suave pinza mientras subia hacia arriba, así durante un par de veces.

Luego, aprovechando el canto de la mano con la parte inferior de sus senos, movía las manos como a medio subir el volumen del ipod mientras que con los pezones describía movimientos circulares sobre su volumen íntegro.

Virginia había dejado de besarle para empezar a gemir en voz bajita de placer mientras elevaba sus piernas en el aire para hacer una mayor presión sobre el sexo de Carlos, rozando de esta manera también su sexo inferior con el suyo, haciendo esta vez movimientos horizontales de arriba hacia abajo, notando cómo seguía aumentando el calor de Carlos y como estaba gozando también él.

Y es que en ningún momento habían dejado de mirarse a los ojos. Fue con el tercer beso, con la tercera traición a Luis cuando tanto Virginia como Carlos procedieron a quitarle la camisesta y sudadera a Virginia.

To be continued.

miércoles, 17 de junio de 2009

y al tercer día..(II)

El amor es el sentimiento más puro e inocente que existe en el mundo. El amor hace que sonrias ante la vida, que el aire más contaminado parezca más puro y que el sol sale para ti.

Cuando estás enamorado la sensación de ternura que generas y lo bien que te sientes hace que flotes en una nube sólo oscurecida por el exceso de celo en que a la otra persona no le pase nada, que no le falte de nada y que sea feliz.

En esos momentos superpones la presencia del otro a la tuya, te anulas prácticamente como persona para ser un apéndice de los deseos y necesidades que intuyes del otro, haciendolos tuyos, renunciando a lo irrenunciable por ver la sonrisa en los ojos del otro.

Es tal ese sentimiento que la mera idea de que la otra persona sufra un ápice hace que sufras lo mismo en tus carnes, ya que su felicidad es la tuya, y eso puede compensar al sufrimiento y al desazón de creer feliz a una persona con otro, pese a que tú sientas que estallarías de gozo si ese otro fueras tú.

Es un sufrimiento llevado con alegría, como aquellos cofrades que por fervor religiosos en semana santa sufren y se martirizan físicamente. No puedes evitar no hacerlo. No puedes ser racional y no verlo.

Simple y puramente eres feliz de esa manera.

Carlos se encontraba en medio de este sufrimiento disyuntivo de su corazón, contento por la felicidad que parecía emanar de la relación entre Virginia y Luis, pero con la desazón de no ser él el destinatario de los recorridos de los dedos de Virginia por el pelo de Luis, o de los besos en su oreja izquierda.

Virginia era una chica morena, alta y delgada como un tallo de bambú de ojos marrones almendrados. Las escasas pecas casi imperceptibles que tenía en torno a sus ojos le daban un aspecto infantil, que junto a sus pómulos rectos y sonrosados por los bordes, realzaban el frescor de su mirada.

Su mirada era limpia, transparente, redonda. Tenía la costumbre de rehuir en un primer momento el contacto ocular directo con la gente, para pícaramente volver la vista y averiguar el color de ojos de su interlocutor.

El sol que tanto tomaban había dorado escasamente su cuerpo, dandole el brillo que poseen las barras de pan recién salidas del horno.Sus dedos, largos y finos, acababan en una manicura como los chicos, pero redondeada.

Solía llevar el pelo corto, a media melena, cogido casi siempre en una coleta para que no le molestase mientras surfeaba, le gustaban las rastas pero no para ella, y siempre debaja medio flequillo suelto para que le resbalara delante de su mirada.

No era una belleza al uso, poseía el aspecto de fragilidad de una figurita de Lladró con la fuerza y serenidad de las ramas de los tejos. Sus movimientos eran gráciles, como el tul columpiado por la suave brisa pero se adivinaban firmes y definidos.

Era algo que hacía de forma natural, sin armoniosidades ni teatralidades, sin ser consciente del embrujo que provocaba en la mirada de los hombres.

Usaba un neopreno negro con unas franjas verde ácido en los laterales que no hacían sino realzar su figura. Cuando salía del mar después de bailar con las olas, parecía que la más bella de las hijas de Poseidón había decidido pasear sobre la playa.

La arena no le hacía ir torpe, sino que acentuaba el movimiento sinuoso de sus caderas, de su pecho, todo su cuerpo en un compás digno de la más fiera de las leonas acechando su presa.

Era ciertamente bella, y todos lo sabían, pero esa belleza sólo la percibían como sexual el resto de los compañeros del grupo o cualquiera que tuviese la fortuna de cruzarse con ella por la calle, sólo Luis y Carlos conocían la sensualidad hipnotizante de su interior.

Pese a la feminidad de su aspecto, era muy chicazo en el sentido que prefería su compañía a la de las de su género. El resto de novias de los chicos del grupo la solían criticar a sus espaldas, conscientes de su inferior belleza comparada con sus cuerpos de modelo, por sus actitudes y gestos, que pese a ser cadenciosos, eran muy masculinos, por la forma de expresarse, por su actitud de camadería.

Esta circunstancia se manifestaba en cualquier momento, saludando a la gente, no con dos besos sino con una palmada en el costado, como hacen los compañeros de un equipo de fútbol que ha peleado en muchos partidos, participando y ganando en los concursos de beber cerveza, de erctos o intentando siempre competir en carreras y proezas como ellos.

Era además muy pícara, retando siempre a la mínima, ya que era muy lista y había encontrado en la parte sensible de los hombres, su orgullo, la manera de jugar y competir con ellos, llegando a veces casi a la lucha física, en la que ella demostraba la fuerza de sus músculos y la velocidad de sus movimientos.

Las fiestas eran habituales tras las largas jornadas de surf, y casi siempre, la parrilla venía regada por cantidades ingentes de cerveza.

Tal y como había ocurrido tantas veces, y en virtud del consabido principio, “donde hay confianza, da asco”, poco a poco la gente se había ido retirando (con mayor o menor grado de horizontalidad, e incluso algunos medio gateando) a las tiendas de campaña o se habían quedado dormidos cerca de la fogata, ahora reducida a meras brasas incandescentes que humeaban oscurenciendo la noche estrellada.

Luis ese fin de semana no había ido, tenía que estudiar para unos exámenes a los que sabía, que aunque ese fin de semana no saliese, no aprobaría ya que faltaban un enorme resto en los que sí que debería haber al menos trabajado un poco.

Carlos y Virginia, como siempre fueron los últimos que se quedaron despiertos, hablando de lo humano y de lo divino, con el cielo estrellado como cómplice iluminandolos con la luna llena.

Carlos había realizado esa semana un nuevo dibujo en su tabla y no hacía más que hablar emocionado de cómo le había surgido la idea y en qué pintor de su visita a Holanda de hacía unas semanas le había inspirado más, cuando Virginia, pícara ella, intentó chinchar un poco diciéndole que se había equivocado con el blanco y que la pintura refulgía en la oscuridad y parecía un pene erecto.

Carlos se reía de ella de su ocurrencia, pero ella insistía tanto que al final resolvieron levantarse para ver cual de los dos tenía razón.

Virginia se levantó la primera de un salto, pero hasta que Carlos no empezó a andar hacia la zona donde habían plantado las tablas no le siguió, sin previamente agacharse a coger su sudadera verde, ya que se iban a alejar de las brasas y por la noche siempre refrescaba.

Carlos le enseñó con retintín su dibujo, haciendo bromas sobre su necesidad de ponerse gafas y aplicando el típico chiste masculino heredado de la etapa fanquista de que si te masturbas mucho te quedas ciego, haciendo claramente mofa de ello.

El dibujo de carlos era un plátano humanizado (así del estilo de los fruitis o las galletas marbú) con gafas de sol, sobre una tabla de surf en una ola gigante haciendo el símbolo de la victoria. El plátano era debido a que la primera vez que quedaron todos para surfear, como él llevaba un bañador hawaiano muy amarillo y había comentado en ocasiones que su madre era originariamente canaria, le habían puesto como mote “platanito”. El símbolo de la victoria parecía inocente, pero realmente era la “V” de Virginia.

Virginia en ese momento sacó del bolsillo de su sudadera un rotulador permanente de los de marcar CD, sabedora que dado la capa de barniz y cera de la tabla, aunque pintara algo encima, con un poco de colonia se borraría.

Amenazó a Carlos, quién profesaba ideas de izquierdas, de hecho era el único afiliado a un partido político de izquierdas y les había intentado convencer para que acudieran a alguna reunión del partido con él, con pintarle un par de bigotillos a la tabla y “Aznarizarla”.

Así que se lanzó contra la tabla mientras Carlos intentaba agarrarla entre risas para que no lo hiciera. Comenzó una pequeña lucha silenciosa, donde los dos no querían hacerse daño, pero con la broma de intentar pintar e evitar el graffiti sobre el dibujo de Carlos.

Ella había medio luchado con muchos de sus amigos, chincándoles escondiendo mecheros a los fumadores, latas de cervezas o incluso las llaves de los coches, obligando a los chicos a jugar con ella para recuperarlas.

Con Carlos nunca lo había hecho.

Carlos la agarró por las muñecas intentando que no estropeara su dibujo, y por un momento parecieron una pareja de baile de Charlestón. Al abrir amabos las manos quedaron cara a cara durante unos embarazosos segundos, ante lo cual, rápidamente Virginia se retorció para intentar zafarse, tanto de él, como de ese cuasi abrazo al que apenas habían llegado.

Carlos notaba el pulso de Virginia latir desbocadamente a través de sus muñecas, y era consciente de que ella había notado el suyo.

Casi se alegró cuando ella se zafó de él, pero en vez de volver al campamento, siguió con el juego de intentar pintar la tabla.

Lo que empezó como un juego, empezó a tomar carácter más adulto al empezar a agarrar y tocar partes de su cuerpo veladas, En una ocasión Carlos intentó agarrar a Virginia por el pecho, no consiguiendo más que un roce en su seno, en otra Virginia intentaba dominarle a su vez mediante llaves, que prácticamente eran caricias con más fuerza en el cuello..

La situación estalló cuando por fin Carlos consiguió inmovilizar a Virginia sobre la arena de la playa, poniendo el peso de todo su cuerpo sobre ella.

Ella que en otras ocasiones y con otros amigos había también intentado huir de esa presa, se quedó quieta.

Estaban cara a cara, sobre la arena de la playa, recuperando el aliento tras la lucha, sincronizando las pulsaciones, medio sudando ambos por la excitación, los poros de ambos abiertos como sus bocas en forma de corazón, mirándose fijamente a los ojos, con los pezones de Virginia marcándose sobre la sudadera abierta y sintiendo la erección de Carlos sobre ella.

To be continued.

martes, 16 de junio de 2009

y al tercer día..

Tres días de fiesta.
Durante tres largos días había aguantado a la gente brindar y cantar mientras algo le consumía por dentro.
Tres días, en los que cada minuto se había convertido en una aguja que torturaba, como el latir de los relojes con cada segundo, su cabeza.

Y es que la vida es muy injusta. Pero sobre todo cruel.

Cuando me refiero que la vida es cruel no me refiero a casos como cuando vemos en los documentales a un león andrajoso devorando una hermosa y grácil gacela, sino como la ironía de la vida que te oprime el pecho por algo que queda fuera de tu control y no te deja apenas respirar.

Miraba al mundo a través de unos ojos cuasividriosos, cercanos al borboteo de las lágrimas, con esa mirada del que espera.
Su existencia en esos días de fiesta se había consumido deambulando entre las habitaciones vacías y desnudas de su nuevo piso, que acababa de comprar,-una gran suerte, decían, una vivienda de protección oficial de buena calidad, eso no se ve todos los días, y por el precio que lo había conseguido-, con lo que tenía ahorrado, lo llenaría enseguida.
Lo que no podría llenar tan rápido sería esa sensación de vacío que aplastaba.

Sobre todo en época de fiesta es donde se nota más la soledad.
Sus amigos, los de verdad, no querían dejarle solo, e insistían en que recibiera los rayos diurnos del sol o que se empapara del embrujo de la luna por las noches. Pero estas salidas, más que ayudarles y constituirse en muletas, se convertían en pequeños castigos, donde su corazón se secaba con la risa ajena.

Es verdad que en estas salidas, él sonreía, como lo hacen las presentadoras cuando anuncian en el concurso televisivo que, desafortunadamente, en esa casilla no había premio. Pero la tristeza de sus ojos nadie se la robaba.

Al principio ponía excusas para salir, excusas que eran vencidas por los comentarios irónicos de sus amigos, que prácticamente le vestían y le montaban en el coche rumbo a noches de fiesta, pero en las que él sólo apreciaba las sombras de las cosas que alimentaban sus propias sombras.

Poco a poco, estas salidas se fueron haciendo cada vez más dificultosas para todos, para sus amigos, para él, e incluso parecía que para el mundo, que se empeñaba en seguir cuesta arriba.

Así las cosas, fue un recurso natural volver al luto, que es lo que él, en el fondo, pretendía.
Aunque manifestaba que quería salir de esa situación, realmente no lo deseaba, ya que se había estancado en esa situación de pena y dolor. Esa situación que era más cómoda que afrontar una vida entera sin lo que había sido la luz de su vida, que aceptar que lo que había sido, no volvería a ser jamás, y que nunca habría nada parecido.

Sentía que se lo debía, que seguir para adelante con su vida sería una traición, que su apoyo era más que necesario para vivir, que su presencia se encontraba en cada una de las cosas que veía y en cada uno de los recuerdos que le asaltaban.

Su parte racional le insistía como con una voz lejana que era una utopía, que estaba pensando en un fantasma idealizado el cual había idealizado y sólo veía sus cosas buenas. Evidentemente que sabía que debería haber, y de hecho había habido, cosas malas, pero esa definición era enunciativa más que descriptiva.

Estaba verdaderamente enamorado.

Pero sobre todo en sentía pena.
La pena que nace de la imposibilidad de encontrar solución a tus deseos, al querer dar tu vida por la otra persona, a encaminar cada uno de tus pensamientos hacia ella, al latir de su corazón diciendo su nombre y hallar vacío como respuesta.

Desde luego que sabía que era algo físico. No podía ser de otra manera. Cuando el alma se entrega de esa manera, el cuerpo no puede quedarse atrás.

No tenía apetito, los movimientos le costaban demasiado esfuerzo y respirar era un recordatorio expresando en un dolor latente entre el esternón y los pulmones que le recordaba a la marca que deja el cinturón de seguridad en los frenazos pero por dentro.

En el otro plano físico la atracción había sido desbordante. Desde el primer momento, si las teorías que publican en las prestigiosas revistas científicas que pretenden reducir todo el enamoramiento a feromonas y componentes físicos fueran ciertas, la reacción química provocó una explosión a distancia, ya que en el primer cruce de miradas el aire ardió.

No fue hasta días más tarde a ese encuentro fortuito en el campus de la universidad cuando se produjo el primer encuentro oficial de ambos. Cuando supieron el nombre bajo el que la sociedad les identificaba como personas, donde su piel se rozó por primera vez por el contacto del casto par de besos en la mejillas.

Si ambos sufrieron el mismo escalofrío al contacto de la piel, bien se guardaron de hacer ningún comentario al respecto. Ambos sabían que esas cosas no pasan, que esas sensaciones deben ser confirmadas primero de forma interna, reconociéndolas y aceptándolas y luego tantear su reciprocidad. Además ambos sabían que no debían, ya que socialmente está mal visto, además de las declaraciones espontáneas de amor al segundo de conocerse, cuando uno de los dos está comprometido.

Y es que Virginia tenía novio desde hacía dos años. Ese novio, Luis, que había conocido en el instituto y que le había acompañado hasta la universidad.
Se trataba de esos amores tórridos adolescentes que al principio era un camino de rosas, pero lo que le restaba pasado los primeros meses de besos por las esquinas, era una simulación al juego de amarse de los adultos basado en un profundo y sincero cariño.

Carlos conoció oficialmente a Virginia y a Luis al mismo tiempo, ya que en sus sueños más ocultos ya existía hacía años una esencia de lo que luego se materializaría en el cuerpo y alma de Virginia.

Carlos y Virginia congeniaron en seguida en esa fiesta, y las personas de los grupos a los que pertenecían cada uno de ellos encajaron perfectamente, así que la noche transcurrió entre risas de todos los presentes, conversaciones de música, músicos, letra, coches, fiestas… y surf, sobre todo eso, pasión que compartían gran parte de los miembros de ese grupo formado en esa fiesta.

A partir de ese día, empezaron los días felices, los días de risas, de fiesta, de comodidad, de confianza, de disfrutar de tu manera de ser con gente que es completamente afín a ti.

No eran muchos los que practicaban el Surf en ese grupo, apenas media docena, pero se sentían realmente familia. Compartían una pasión y eso es uno de los lazos más fuertes que pueden existir.

Acudían regularmente a la playa, normalmente a las playas principales cuando la fuerza de las olas impedía entrar a los bañistas y les favorecía para su deporte, pero cada vez más a una playa que estaban colonizando como suya, ya que unas caprichosas corrientes marinas creaban un especial oleaje en ella que desaconsejaba el baño, pero favorecía el surf, y que dado a su difícil acceso era poco transitada por los buscadores de conchas que se paseaban por su orilla.

Era realmente su playa.
Hasta le habían puesto nombre, pese a que la cartografía de la zona la denominaba la cala de Santa Ana, dada su forma ellos solían referirse a ella como "el diente de tiburón".

Las piedras en las que asaban el pescadito y las gambas seguían siempre en la disposición que ellos dejaban, el hueco de las tiendas de campaña se mantenía acorde al tamaño de cada una, creando un pequeño pueblo que me montaba siempre de la misma manera, o el cubo de basura que habían instalado la mantenía virgen e impoluta, y era tal su sentimiento de cariño hacia ella, que habían plantado un cartel con el dibujo que Carlos había hecho de un diente de tiburón, el logo de su “clan”, en ella

Eran días de risas y sol, olas y camadería, compañía y fogatas, estrellas y canciones, donde poco a poco se iban abriendo a los demás y compartiendo sus gustos, sus sueños, sus ilusiones…poco a poco, conociéndose más a fondo y de verdad, queriendose cada vez más.

Pero nunca hablando Virginia y Carlos de lo que habían sentido el uno por el otro. Por miedo de no ser correspondidos, por miedo de lo que dirían los demás, por miedo de hacer daño a Luis.

Pero esto no impedía que siempre estuviesen juntos, que se buscasen inconscientemente en las fiestas, que no pudieran dejar de mirarse a los ojos cuando los demás no se daban cuenta, que siempre acabaran puliendo la tabla ellos dos solos, disfrutando de su mutua compañía, de la distancia del calor de sus cuerpos prácticamente en silencio cobijados por un manto de estrellas.

Cada roce casual era una tortura para ambos, que disimulaban de forma casual, de hecho, asustados por esos sentimientos, se regían mutuamente, pero al igual que los osos a la miel, siempre acababan compartiendo espacio y volviendo a los roces casuales.

Hasta que los aceptaron como naturales y necesarios y los buscaban delante de todo el mundo, ya que al fin y al cabo, es normal rozarte sacando la tabla de coche, al pasarte el bote de crema, la cerveza o el bronceador.

Pero todo esto no era sino el principio, ya que ese beso en la playa mientras todos dormían lo cambió todo.

To be continued.

lunes, 8 de junio de 2009

las escaleras


Este blog fue considerado MEJOR BLOG DEL DÍA el sábado 30 de mayo de 2009 en No sin mi cámara por los contenidos y matices.

(gracias chicos, luego os pago el precio acordado)


En su blog les prometí poner una foto de escaleras (bueno, esto son unas gradas, unas escaleras al revés) y contar una pequeña anécdota con las escaleras..

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aunque las protagonistas de esta historia no fueron estas..fueron las escaleras mecánicas del Corte Inglés de Gotham (el clásico)

Yo de pequeño era un niño repollo (de esos a los que ves y te entran ganas de darle una colleja), vestido con jerseys con corte de americana, camisas, pantalones cortos y calcetines hasta las rodillas. Y por supuesto, zapatos.
(tipo castellano, luego me cambió el pie y no puedo ponerme de ese tipo)

Describamos la situación.

Un mini-crispín al que le sacan de casa para ir de compras por un centro comercial, que va como borreguito dejándose arrastrar por un centro comercial, vestido con una ropa que no puedes correr, no puedes tirarte por el suelo, no puedes sudar...es decir, sólo puedes estar quieto con cara de bueno si no quieres bronca.

Un mini-crispín que está en su mundo particular, entreteniéndose mirando a los demás y observando todo durante hacían las compras.

Un mini-crispín que se queda muy quieto y agarrado a la barandilla en las escaleras mecánicas, con su cochecito de juguete en la otra mano (siempre iba con alguno).

Un mini-crispín que se colocaba detrás de sus padres en la escalera mecánica, que se
entretenía mirando como se iban doblando y metiéndose bajo tierra las mismas...tanto que cuando acababan las escaleras solía quedarse quieto para que le empujasen hasta el final, donde daba un saltito.

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Hasta que un día, apuró demasiado y los tacones de los zapatos se le quedaron encajados entre el final de la escalera mecánica y las escaleras que suben...

Y si normalmente crispín (y en ese momento, mini-crispín) se ponen rojos enseguida, se quedó blanquísimo. No podía ni moverse, una fuerza le atenazaba los pies y no era ni siquiera capaz de hablar y llamar a sus padres que se iban alejando todo recto por el pasillo.

Unos padres que a los 4 ó 5 pasos y dándose cuenta que no les adelantaba con el cochecito (eso sí, poniendo el intermitente siempre) se dieron la vuelta y le vieron, muy tieso, con cara de susto, la boca abierta sin decir una palabra y los brazos arqueados como si estuvise medio cruzificado, y fueron corriendo a despegarle de las escaleras.

y desde ese momento siempre miro de reojo el final de las escaleras mecánicas.

y después de la publicidad, más.

jueves, 4 de junio de 2009

mayo, mes de la madre

Aprovechando que estos días mi madre está con “un vago” (*) y aunque este post estaba pensado para Mayo, mes de la madre, por no sobrecargarlos lo he programado para hoy.

La relación con mi madre siempre ha sido de amor-odio.

Hemos pasado temporadas en las que nos apoyábamos a otras en las que no nos hablábamos, ambos tenemos el gen de mi abuelo que nos inflamamos con nada, explotamos en plan bomba atómica y luego no ha pasado nada (por eso procuro ser de teflón, ya que yo sí que quiero corregir eso de mi carácter…aunque a veces me supere)

La última discusión, la más fuerte, coincidió con su menopausia y en plena búsqueda de empleo para irme de casa, ya que no aguantaba más allí…y fue donde empezó a ver por primera vez que mis amenazas de irme para siempre podían ser ciertas (no en vano venía de pasar un año en Francia apenas viéndonos tres veces al año)

Después de eso, hemos vuelto a un trato más cordial, a un trato de igual a igual, más adulto, lo cual todos contentos.

¿por qué le dedico ahora un post a mi madre?

Esto aconteció en las vacaciones de semana santa.

Todo empezó hace unos porque mi madre está ahora discutida con una vecina, y la vecina tiene una hija lesbiana (la anterior vecina también: casualidades)…pues resulta que hace tiempo que me la encontré en algún bar de ambiente de Gotham, y luego una tarde en su casa estuvimos hablando..

Y se lo confirmé.
(m**rd*, ella no me había visto a mi..)

¿por qué se lo conté? Dado que mi madre y su madre en ese momento eran bastante amigas (o al menos se llevaban muy bien) supuse que en el lejano futuro que se lo contase, pues encontraría apoyo en la otra.

Resulta que ahora la vecina va contando por todo Gotham pueblo que soy mariquita (entre otras cosas más graves, mentiras eso sí de mi familia, en concreto sobre mi tío)

el caso está que después de contarme lo de mi tío, me dijo eso sobre mi, y le dije algo así.."pues en eso igual dice la verdad"..y nos pegamos toda la noche hablando en clave delante de Pistacho para que no se enterara..

(todo el rato con eufemismos, hasta que no pudo más y nos fuimos a otra habitación, y me habló de forma más clara..)

Ya allí me soltó unas “perlas”:

-me has robado la alegría, nunca más voy a volver a ser feliz.
(la felicidad de alguien depende de la orientación sexual ajena)
-tienes que ir al psiquiatra que eso es una enfermedad mental.
(según la OMS…bah, déjalo)
-teníamos muchos planes para ti
(¿es que al ser gay no puedo hacerlos? Bueno, salvo los matrimonios concertados, pero ni eso)
-¿quién lo sabe? porqué has ido a bares en Gotham? porque no te vas al extranjero? porqué no te metes a la vida contemplativa?
(evaluemos los daños..)
-los hijos de las demás se casan…
(qué dirán..y qué diré ella en las bodas)
-eso es antinatural
(ya, como soy de bote o descargado de internet)
-nunca vas a formar una familia
(hombre, a este paso mal me va…ella a mi edad ya estaba casada)
-son todos promiscuos
(pues estoy yo más cerca de la vida contemplativa de lo que cree)
-estás loco, es una enfermedad mental
(y dale)
-te morirás solo
(“live together, die alone”…es que no puedo dejar de ser freak ni para eso)
-cómo se lo vas a decir a tu tío?
(pues no pensaba…y si se lo dices tú?)
-te entrará el SIDA
(alimentando mis propios miedos)
-pobres tus hermanos
(esto es que lo sigo sin entender)
-ha abusado de ti de pequeño algún hombre?
(pues no)
-te sientes mujer?
(claro que no)
-no te da asco hacer esas cosas?
(y a ti?)
-en qué hemos fallado?
(yo quería ir a estudiar inglés con 14 años..pero no creo que tenga nada que ver)
-te van a despedir de tu curro
(hombre son de derechas..pero trabajo saco…aunque ahora con la crisis, no necesitan otra excusa)
-no se lo digas a tu padre que le das un disgusto
(mi padre se lo tomó bastante mejor, aunque dejé que se lo dijera ella)
-porqué nos ha tocado a nosotros? no somos una familia rota
(de dónde sacará esas ideas?)
-eso debe ser de la rama de tu padre porque en la familia nadie es así..
(y mi prima, la que se llama como tú y la abuela??)
(...)

El caso es que el resto del fin de semana se hizo la enferma, como que no quería comer y con cara de pena. Yo sabía que era por esto, y fue bastante duro actuar como que no pasaba nada.

Pero esto no es una historia triste.
Es más bien lo segundo, ya que mi madre, quién recientemente había empezado a mandar SMS, me mandó el siguiente

"perdoname fue un duro momento pero quiero aceptarlo porque es lo que mas quiero sigue discreto"

:-)

Vamos, que me metiera en el armario (es el idioma propio de mi madre)

Pero yo es que entre que no tengo mucha pluma, hablo con mis compañeros de curro de tías, me gustan los coches, visto normal…salvo que me preguntes o me veas con un chico, no puedes saberlo!! Así que así sigo:

DISCRETO

Y después de la publicidad, más

(*)”un vago” es como llamaba Pistacho de pequeño al “lumbago”..yo siempre me acuerdo.

PD: después de decirle que me iba a vivir un mes mientras me mudo a casa de mi amigo “Violín” que también es gay, mi madre sólo me dijo una palabra: FORMAL (vamos, que no estuviésemos como conejos) ante lo que le dije “tiene novio”