martes, 16 de junio de 2009

y al tercer día..

Tres días de fiesta.
Durante tres largos días había aguantado a la gente brindar y cantar mientras algo le consumía por dentro.
Tres días, en los que cada minuto se había convertido en una aguja que torturaba, como el latir de los relojes con cada segundo, su cabeza.

Y es que la vida es muy injusta. Pero sobre todo cruel.

Cuando me refiero que la vida es cruel no me refiero a casos como cuando vemos en los documentales a un león andrajoso devorando una hermosa y grácil gacela, sino como la ironía de la vida que te oprime el pecho por algo que queda fuera de tu control y no te deja apenas respirar.

Miraba al mundo a través de unos ojos cuasividriosos, cercanos al borboteo de las lágrimas, con esa mirada del que espera.
Su existencia en esos días de fiesta se había consumido deambulando entre las habitaciones vacías y desnudas de su nuevo piso, que acababa de comprar,-una gran suerte, decían, una vivienda de protección oficial de buena calidad, eso no se ve todos los días, y por el precio que lo había conseguido-, con lo que tenía ahorrado, lo llenaría enseguida.
Lo que no podría llenar tan rápido sería esa sensación de vacío que aplastaba.

Sobre todo en época de fiesta es donde se nota más la soledad.
Sus amigos, los de verdad, no querían dejarle solo, e insistían en que recibiera los rayos diurnos del sol o que se empapara del embrujo de la luna por las noches. Pero estas salidas, más que ayudarles y constituirse en muletas, se convertían en pequeños castigos, donde su corazón se secaba con la risa ajena.

Es verdad que en estas salidas, él sonreía, como lo hacen las presentadoras cuando anuncian en el concurso televisivo que, desafortunadamente, en esa casilla no había premio. Pero la tristeza de sus ojos nadie se la robaba.

Al principio ponía excusas para salir, excusas que eran vencidas por los comentarios irónicos de sus amigos, que prácticamente le vestían y le montaban en el coche rumbo a noches de fiesta, pero en las que él sólo apreciaba las sombras de las cosas que alimentaban sus propias sombras.

Poco a poco, estas salidas se fueron haciendo cada vez más dificultosas para todos, para sus amigos, para él, e incluso parecía que para el mundo, que se empeñaba en seguir cuesta arriba.

Así las cosas, fue un recurso natural volver al luto, que es lo que él, en el fondo, pretendía.
Aunque manifestaba que quería salir de esa situación, realmente no lo deseaba, ya que se había estancado en esa situación de pena y dolor. Esa situación que era más cómoda que afrontar una vida entera sin lo que había sido la luz de su vida, que aceptar que lo que había sido, no volvería a ser jamás, y que nunca habría nada parecido.

Sentía que se lo debía, que seguir para adelante con su vida sería una traición, que su apoyo era más que necesario para vivir, que su presencia se encontraba en cada una de las cosas que veía y en cada uno de los recuerdos que le asaltaban.

Su parte racional le insistía como con una voz lejana que era una utopía, que estaba pensando en un fantasma idealizado el cual había idealizado y sólo veía sus cosas buenas. Evidentemente que sabía que debería haber, y de hecho había habido, cosas malas, pero esa definición era enunciativa más que descriptiva.

Estaba verdaderamente enamorado.

Pero sobre todo en sentía pena.
La pena que nace de la imposibilidad de encontrar solución a tus deseos, al querer dar tu vida por la otra persona, a encaminar cada uno de tus pensamientos hacia ella, al latir de su corazón diciendo su nombre y hallar vacío como respuesta.

Desde luego que sabía que era algo físico. No podía ser de otra manera. Cuando el alma se entrega de esa manera, el cuerpo no puede quedarse atrás.

No tenía apetito, los movimientos le costaban demasiado esfuerzo y respirar era un recordatorio expresando en un dolor latente entre el esternón y los pulmones que le recordaba a la marca que deja el cinturón de seguridad en los frenazos pero por dentro.

En el otro plano físico la atracción había sido desbordante. Desde el primer momento, si las teorías que publican en las prestigiosas revistas científicas que pretenden reducir todo el enamoramiento a feromonas y componentes físicos fueran ciertas, la reacción química provocó una explosión a distancia, ya que en el primer cruce de miradas el aire ardió.

No fue hasta días más tarde a ese encuentro fortuito en el campus de la universidad cuando se produjo el primer encuentro oficial de ambos. Cuando supieron el nombre bajo el que la sociedad les identificaba como personas, donde su piel se rozó por primera vez por el contacto del casto par de besos en la mejillas.

Si ambos sufrieron el mismo escalofrío al contacto de la piel, bien se guardaron de hacer ningún comentario al respecto. Ambos sabían que esas cosas no pasan, que esas sensaciones deben ser confirmadas primero de forma interna, reconociéndolas y aceptándolas y luego tantear su reciprocidad. Además ambos sabían que no debían, ya que socialmente está mal visto, además de las declaraciones espontáneas de amor al segundo de conocerse, cuando uno de los dos está comprometido.

Y es que Virginia tenía novio desde hacía dos años. Ese novio, Luis, que había conocido en el instituto y que le había acompañado hasta la universidad.
Se trataba de esos amores tórridos adolescentes que al principio era un camino de rosas, pero lo que le restaba pasado los primeros meses de besos por las esquinas, era una simulación al juego de amarse de los adultos basado en un profundo y sincero cariño.

Carlos conoció oficialmente a Virginia y a Luis al mismo tiempo, ya que en sus sueños más ocultos ya existía hacía años una esencia de lo que luego se materializaría en el cuerpo y alma de Virginia.

Carlos y Virginia congeniaron en seguida en esa fiesta, y las personas de los grupos a los que pertenecían cada uno de ellos encajaron perfectamente, así que la noche transcurrió entre risas de todos los presentes, conversaciones de música, músicos, letra, coches, fiestas… y surf, sobre todo eso, pasión que compartían gran parte de los miembros de ese grupo formado en esa fiesta.

A partir de ese día, empezaron los días felices, los días de risas, de fiesta, de comodidad, de confianza, de disfrutar de tu manera de ser con gente que es completamente afín a ti.

No eran muchos los que practicaban el Surf en ese grupo, apenas media docena, pero se sentían realmente familia. Compartían una pasión y eso es uno de los lazos más fuertes que pueden existir.

Acudían regularmente a la playa, normalmente a las playas principales cuando la fuerza de las olas impedía entrar a los bañistas y les favorecía para su deporte, pero cada vez más a una playa que estaban colonizando como suya, ya que unas caprichosas corrientes marinas creaban un especial oleaje en ella que desaconsejaba el baño, pero favorecía el surf, y que dado a su difícil acceso era poco transitada por los buscadores de conchas que se paseaban por su orilla.

Era realmente su playa.
Hasta le habían puesto nombre, pese a que la cartografía de la zona la denominaba la cala de Santa Ana, dada su forma ellos solían referirse a ella como "el diente de tiburón".

Las piedras en las que asaban el pescadito y las gambas seguían siempre en la disposición que ellos dejaban, el hueco de las tiendas de campaña se mantenía acorde al tamaño de cada una, creando un pequeño pueblo que me montaba siempre de la misma manera, o el cubo de basura que habían instalado la mantenía virgen e impoluta, y era tal su sentimiento de cariño hacia ella, que habían plantado un cartel con el dibujo que Carlos había hecho de un diente de tiburón, el logo de su “clan”, en ella

Eran días de risas y sol, olas y camadería, compañía y fogatas, estrellas y canciones, donde poco a poco se iban abriendo a los demás y compartiendo sus gustos, sus sueños, sus ilusiones…poco a poco, conociéndose más a fondo y de verdad, queriendose cada vez más.

Pero nunca hablando Virginia y Carlos de lo que habían sentido el uno por el otro. Por miedo de no ser correspondidos, por miedo de lo que dirían los demás, por miedo de hacer daño a Luis.

Pero esto no impedía que siempre estuviesen juntos, que se buscasen inconscientemente en las fiestas, que no pudieran dejar de mirarse a los ojos cuando los demás no se daban cuenta, que siempre acabaran puliendo la tabla ellos dos solos, disfrutando de su mutua compañía, de la distancia del calor de sus cuerpos prácticamente en silencio cobijados por un manto de estrellas.

Cada roce casual era una tortura para ambos, que disimulaban de forma casual, de hecho, asustados por esos sentimientos, se regían mutuamente, pero al igual que los osos a la miel, siempre acababan compartiendo espacio y volviendo a los roces casuales.

Hasta que los aceptaron como naturales y necesarios y los buscaban delante de todo el mundo, ya que al fin y al cabo, es normal rozarte sacando la tabla de coche, al pasarte el bote de crema, la cerveza o el bronceador.

Pero todo esto no era sino el principio, ya que ese beso en la playa mientras todos dormían lo cambió todo.

To be continued.

4 comentarios:

Bruto dijo...

Ufff, qué bonito y que difícil es el amor, y que placer y que tortura es estar enamorado, y que difíciles somos los humanos, y que terrible es la imposiblidad, y... ¿por qué nos haces esto a tus lectores y nos dejas a medias? ¡Eres cruel!

Winnie dijo...

Yo te mato...pero te mato te mato...Lo iba leyendo y pensaba "Crispin se supera con cada nuevo relato", y sigo pensando..."no te adelantes disfruta cada linea...." y de pronto me haces esto...en medio de la belleza del amor que nace...me machacas con to be continued....Aviso a los lectores: Crispin morirá en brevo en manos de Winnie. Fin del mensaje

Christian Ingebrethsen dijo...

Empieza muy bien el relato, ya estoy impaciente por saber que sucede con Carlos, Virginia y también con Luis. Leyendo cosas así es cuando más envidio (envidia sana eh? :P) a los que teneis talento para escribir.

Besos.

Sr. D. Javier de García dijo...

Me mola la descripción de la tórrida adolescencia... qué recuerdos!