viernes, 29 de mayo de 2009

Tres cosas hay en la vida…

….Salud, dinero y amor?
Debo estar muerto pues.

Dicen que hay que hacer tres cosas en la vida: tener un hijo (distribución de la carga hereditaria genética), plantar un árbol (conservación del ecosistema donde vivas para garantizar una continuidad) y escribir un libro (el libro es la única herramienta humana que no es extensión de sus músculos y sí de su cerebro).

Mi padre hizo dos de ellos al mismo tiempo.

Cunado yo nací, mi padre plantó en la casa del pueblo una palmera. Durante algunos años (sorprendentemente, ya que era más bien bajito y gordito) yo fui más alto que ella, pero esa situación se invirtió (y a pesar de pegar el estirón es ella más alta que yo) aunque el elemento común sigue manteniéndose:

Los dos damos poca sombra.

Hablando de mi padre, de árboles y de mi infancia.( ¿aún hay más? Sí) cuando era pequeño mi padre descubrió (en una relación directa de proporcionalidad) mis pequeños pinitos (¿son árboles no?) con los alpino (más árboles, que la caja era un dibujo de un paisaje arbolado).

Conforme pasó el tiempo, yo fui creciendo, no así mi talento que se ha quedado estancado.

Estuve apuntado en una academia de bellas artes de los 8 a los 23 años, donde aprendí muchas técnicas de pintura (lápiz, sepia, carboncillo, pastel, pastel graso, acuarela, grabado (metal y madera), acrílico..) donde al principio realicé muchas copias y muchas encajes naturales para luego, en un alarde de hastío, forzarme a borrar todos esos conocimientos, deconstruyendo los dibujos, imitando los de Pistacho, para intentar desarrollar mi propia técnica abstracta.

(sí, todos mis dibujos son una patata, empezando por aquel melocotón psicodélico que intenté hacer con acuarelas y mi abuela se pensó que era un CD)

Al principio, como tenía que desplazarme a la ciudad para aprender las técnicas, eran mis padres quienes me dejaban y recogían mientras realizaban las compras.

Ya con 14 años empezaron a mandarme a mi sólo a la ciudad para que fuera a las clases. El trayecto a la ciudad no es largo, apenas 32 km, pero el problema era que el tren está a 5 km de mi casa, a 3 en las afueras del pueblo, por una carretera sin arcenes ni aceras, ni farolas (pero llena de baches) así que sólo me quedaba el autobús, que paraba al lado de casa.

Lo malo, que las clases empezaban a las 10 de la mañana (y si algo he heredado de mis padres es la alergia a madrugar) así que me mandaban en el único autobús de la mañana (que salía a las 8 y volvía a la 1, con lo que me sobraban 2 horas por las mañanas y me faltaba un cuarto de hora para el de la vuelta)

¿qué hace un zagal de 14 años todos los sábados por la mañana de 8:30 a 10:00 cuando no hay nada abierto?

Tic tac tic tac

Pasear (y pasar frío).

La suerte que la academia de dibujo y pintura estaba en el centro, así que me iba a la calle principal de Gotham para recorrérmela de arriba abajo por sus soportales.

Me paseaba con mi mochila de las pinturas, con mi abrigo o sin él, buscando el sol o buscando el cobijo de las sombras mientras investigaba la fauna madrugadora mañanera.

Al ser una de las calles más turísticas de Gotham, los del top manta madrugaban para coger sitio y exponer las mercancías, aprovechando la ausencia de policía en la zona, pero claro, la calle es finita, y me veía obligado a pasar varias veces delante del mismo puesto, cuyos propietarios, mosqueados, optaban por cruzarse delante de mí en el momento en que pasaba para obligarme a frenar la marcha y detenerme en seco para no chocarme con ellos.

Era su pequeño juego, que a mi me fastidiaba bastante…ya estaba yo aburrido, sin nada que hacer más que pasear, sólo en la calle, menor, con el dinero justo para volver con el autobús, para que vendedores ambulantes nigerianos de 2 metros de alto disfrutaran medio-torturándome..

Pero no era el único grupo de personas a las que veía buscándose la vida desde fechas tan tempranas.

Había una anciana de pelo canoso y sucio, envuelta medio en mantas, que se colocaba en un portal de un edificio señorial de la calle porticada para pedir. Sólo la veía a esas horas y ahora, con perspectiva pienso, que los dueños y porteros no le permitirían estar allí en otras horas de mayor afluencia de gentes en esa calle.

A mi desde pequeño se me había caído el alma al suelo con la gente que pide en la calle. Pasaba verdadera angustia y ganas de llorar cada vez que les veía (situación que algo ha mejorado) de saberles necesitados, y era tal la ansiedad que me provocaba el nudo en el estómago que acudía siempre corriendo a mi padre para que me diera monedas (y de las gordas le pedía) para poder dárselas a esa gente.
(creo que siempre le he pedido más dinero a mi padre cuando era pequeño para gente pobre que para chucherías…igual es que no pasaba cerca de la tentación de las chuches y siempre por el mismo parking con la misma pobre)

Ahora mismo, mientras escribo esto, me sorprendo con un dolor de estómago (mucho más relajado que cuando era niño) y casi con ganas de llorar de nuevo (si pudiese, que hace mucho tiempo que no lloro, pero esa es otra historia)

Esta anciana la conocía de más ocasiones, y además de pobre económicamente, como todas las ancianas era una pobre solitaria con quién no hablaba nadie.

Una de las ocasiones en las que le di alguna moneda, me paró y me dio algo a cambio.
Me dio un “amuleto”.

Lo importante no es el amuleto en sí, ya que era un paquete de azúcar que seguramente había cogido en una cafetería, sino la fuerza que hubo en sus ojos, en la mirada que me atravesaba, la carea de pillina contando un secreto, la fuerza con la que me cogió el brazo mientras me lo ponía en la mano y la historia que me contó.

Soy incapaz de reproducir la historia, pero más o menos venía a ser que ella había estado muy enferma, en las puertas de la muerte, y que en un momento dado, había fallecido, pero que en el transcurso de la misma, una persona le había dicho ese secreto para proteger contra la mala suerte, le había dicho que siempre tenía que llevarlo en el bolsillo izquierdo con ella y que eso la ayudaría. Tras lo cual, volvió repentinamente a la vida.

Y ella, compartiendo su secreto conmigo, poniéndome el saquete agujereado por una esquina en mi mano, atravesándome con la mirada, con la desesperación de su voz, con el temblor de su cuerpo y con la fuerza que envolvía ese momento, me dejó ir.

Entonces, envolví el paquete de azúcar en celo para evitar que se perdieran los granos, y me lo metí en un bolsillo de la cartera que nunca uso.

Y esta es la historia de porqué fui a selectividad con un paquete de azúcar en el bolsillo izquierdo y porqué siempre llevo la cartera en ese lado, a pesar que a día de hoy, no llevo el paquete de azúcar conmigo.

Y después de la publicidad, más.

PD: me ha quedado un post en plan capítulo de los Simpsons..que empieza por una cosa y acaba por otra.

7 comentarios:

Winnie dijo...

A ver por partes:
- Digo yo que tantos años de Bellas artes habrán dado algo de fruto ¿no?
- Si algo me da pensa es la gente "mayor" en la calle...bno sé los chiquillos y la gente joven me dan cosa, pero ¡los mayores! ...me parece tan injusto que estén ahí...
y por último....GRACIAS ya dormiré tranquila sabiendo lo de selectividad y el azucar....es que me quitaba el sueño..jaja. Besos y feliz Viernes

Chiqui dijo...

Pues a mí me ha gustado el post :)

mu bonito

y no te preocupes, desde junio volverás a pintar :p

Christian Ingebrethsen dijo...

Yo hice primero de bachillerato por la modalidad de bellas artes y fíjate como acabé, que aparte de cambiar de modalidad de bachillerato no he vuelto a dibujar desde entonces.

A mí también me da mucha cosa ver a, sobre todo, personas mayores mendigando en las calles.

Fíjate que nunca he tenido un amuleto, ahora que lo pienso.

Besos. ^_^

Anónimo dijo...

Jejejee.. Yo también guardo amuletos, el último me lo traje de Grecia, y cuando me lo estaban poniendo, entre abrazos, achuchones y besos, sentí algo. Sé que es una chorrada pero creo más en eso que en otras cosas más creíbles.

Me gusta guardar amuletos pero deben cumplir varios requisitos: me lo she tenido que enocntrar perdidos, luego les invento un pesado, una historia, y los hago míos hasta que, me abandonan, se van, se pierden... y pasan a formar parte de otros.

Canicas, llaves, céntimos... Te voy a mandar otro mensaje una entrada que escribi sobre este tema hace exáctamente un año, es muy larga, espero que te llegue.

Anónimo dijo...

La cita y la estatua (1ª parte)

Siempre he creído en la suerte.
Bueno, más que en la suerte en el azar: en estar en el momento adecuado,
en el lugar adecuado y elegir la opción adecuada.
De hecho, así empecé por ejemplo a trabajar en el centro de salud de iturrama
(me ofrecieron mi primer contrato a las 4 de la madrugada en fiestas de san adrián)
o en urgencias (nunca, nunca, nunca me llevaba el móvil a enseyar, excepto esa mañana).
Y así podría decir más.
Pero claro, a la suerte (decían unos que se habían forrado con un libro de autoayuda)
había que buscarla y nunca despreciarla;
ejemplo, no recoger una monedita de 2 euros del suelo era un signo de no "necesitar" ningún tipo de "fortuna",
así que uno, por si acaso, siempre las ha tratado como a pequeños polluelos decarriados
y siempre las llevaba consigo hasta que ellas solas abandonaban el nido (dícese bolsillo de la chaqueta, cartera...)
Por si acaso.
Pero nunca me puedo quejar; el por si acaso me funciona.
Ahora bien, hay situaciones en los que más el azar, creo en la probabilidad.
Una de ellas es la lotería. ¿Cómo puede ser que te toque?
(Vale, este año le ha tocado El Gordo a una conocida).
Pero, ¡es que de entre más de 65.000 bolas solo le va a tocar a una!
Pero uno va y compra un décimo.
Sabes al 99% de probabilidades que no le va a tocar
(la probabilidad real de que te toque es de 0'0015%, ahí es nada).
Pero compra el décimo porque tiene ilusión, y aunque suene a tonto "de ilusión también se vive".

Anónimo dijo...

la cita y la estatua (2ª)

Bueno, todo esto es para centrar un poco lo que me ha pasado hoy:

Había quedado con una persona.
Una persona que había conocido y que decidimos volver a vernos;
a la vieja usanza, sin teléfono móvil ni nada por el estilo.
Sólo el dónde y el cuándo de la cita lo sabríamos nosotros.
Si yo llegaba tarde no habría modo de avisarle,
si la otra persona cambiaba de planes no habría modo de aplazarla.
(Hace 15 años -y menos- cuando no había móviles, la gente debía quedar así).
Sabía al 99% de probabilidadesque no me iba a tocar la lotería, que no acudiría.
Pero para saberlo, tenía que estar ahí.
¿Y si viene?
Es más, ¿y si viene y yo no he ido?
Y llegué.
Alrededor de la estatua había gente paseando, con sus niños, abuelos charlando...
Pero ni rastro de mi cita.
Llegué y esperé.
¿Cuánto se tiene que esperar?
¿Cuánto esperaría?
Pronto se acerca una chica joven a la misma estatua que yo rondaba.
Mira a un lado, mira a otro.
Me sonríe.
Yo no soy al que espera.
Saca el móvil y trata de marcar un número.
(Esta chica no tiene paciencia!!! Si acaban de dar las 7!!!)
Llega un chico y la agarra por la espalda. Es él.
Yo sigo esperando.
Miro las caras de la gente que cruza la plaza, apenas recuerdo la suya.
Sólo su voz, sólo su acento, su sonrisa, su risa.
Podría reconocer su risa aunque pasara un año completo, con sus días y sus noches.
Y sigo esperando.
No desespero. Si viene bien, y si no... salud!! que es lo que suelen decir tras la lotería.
Empiezo a elucubrar sobre por qué no habrá aparecido:
¿se habrá acordado? ¿no habrá querido? ¿no habrá podido?
Sea cuál fuera la excusa no había forma de avisarme.
El sol se va metiendo y su luz naranja ya no ilumina la plaza, se arrincona en unas pocas fachadas.
La estatua parece mirarme y mandarme a casa "ya has esperado bastante".
Quizá sea ella quién le vea esperar luego, o mañana, o nunca lo vea.
Quizá luego vaya esperando que yo esté esperando.
Quizá.
Me fijo en que alguien se ha olvidado algo sobre los pies de la estatua.
Lo cojo. Lo guardo. Es un amuleto.
¿A la suerte no había que buscarla?
Saco un rotulador de mi bolso
y con el permiso de Carlos III escribo en el granito de su peana: "Te esperé".

Hechos reales edulcorados un poquito
(A Dani, por leerme. Ves, yo ligué, pero ahí se quedó todo)

Sr. D. Javier de García dijo...

Siempre me han intrigado los amuletos... ¿Es posible que cualquier artilugio sea capaz de darnos lo que necesitamos? Hay pensamientos, recuerdos o imágenes que también podrían llamarse amuletos. No creo que traigan suerte. Simplemente aportan a nuestra mente un punto de fuerza y seguridad que nos falta en un momento dado. No opino que sean malos o de ignorantes. Pueden considerarse como una ayuda.

Pero sí que hay gente guarra que usa los mismos calcetines sin lavar o cosas por el estilo!

Hombre! Que hay amuletos y amuletos, jeje!