sábado, 9 de marzo de 2013

09.03.2013 Brussels

Nos levantamos tempraneros con la idea de disfrutar de la Eurocapital pero descubrimos que el restaurante recomendado tenía unos horarios más burgueses...así que nos fuimos a ver el Mannequin Pis y aproveché para comprar algún imán. Pero por fin pudimos ir a probar el gofre de Bruselas.

Resulta que en el país de los Gofres, los hay de dos clases: el que te venden en todos los sitios (que es el de Gante, el original, que es más redondo y blandito) y el de Bruselas que es blandito por dentro, crujiente
por fuera y mucho más rectangular. Lo comimos en la Maison Dandoy (en la calle de la mantequilla) que es una casa especializada además de las famosas Speculoos (galletas típicas de allí) salen recomendados en las guías (japonesas, porque estaba plagado de ellos en el restaurante). Yo me lo pedí de coulis de fresa con nata y P. de chocolate. Eso y un capuccino (descafeinado para mi).

A partir de ahí comenzó el arrebato consumista...o casi porque lo que es compar, poco, pero nos metimos en todas las tiendas que pudimos (las más originales, así como muy pijas) hasta que llegó el momento en que nos
fuimos de Erasmus...literalmente. Nos fuimos a la parada de metro "Erasmus" porque allí está el outlet de la (muy cara) fábrica de chocolates neuhaus (donde compré chocolate para el curro). A la vuelta, en el metro todo iba bien hasta que.....



frenazo. Se apagan las luces (y el aire acondicionado). Oscuridad en medio de un túnel iluminados sólo por las ténues luces. El conductor habla en francés por los altavoces. Un listillo ha tirado del freno de emergencia y ahora se ha calado. Una niña pequeña de origen sudamericano casi se pone a llorar porque no entiende qué pasa y le traducimos lo que ha dicho el conductor. Una mujer afroamericana empiza a elevar la voz por una tontería.


La gente le pide que se calle, que bastante nerviosos estamos todos ya y que ese no es el momento. El calor humano va aumentando en el vagón. Un señor con ojos de loco y al que le falta media boca se pone a comer unos tranchetes que lleva en el bolsillo del abrigo. Se me corta el apetito viendo por el rabillo del ojo cómo lame el papel que envuelve los quesitos. 

El calor sigue aumentando. No hacemos más que gastar bromas nerviosas. Cuento la vez que me pasó lo mismo en el metro de Barcelona, pero allí  fueron sólamente 15 minutos...y llevamos ya 45 allí. El conductor avisa que nos van a tener que evacuar por las vías. 

Me gusta la idea. A P. nada, sobre todo cuando le digo que no se debe preocupar por las ratas. Se oyen golpes en el vagón de al lado. Gritos de trabajadores en las vías. Nos alegramos que se hayan montado una pareja de la policía en el vagón.


Empezamos a hablar de lo que haremos con nuestra vida si sobrevovimos al metro. Al menos tenemos chocolate y agua antes de empezar a comernos unos a otros. Parece que nos van a evacuar y yo me alegro por tener una historia chula que contar. LLevamos una hora y cuarto encerrados en el vagón, si fuese el AVE, ya hubiésemos llegado de Madrid a Zaragoza. Sacudida y el metro empieza a avanzar. Estábamos a unos metros de la estación pero no podíamos ver la luz...

Así en cuanto las puertas del metro se abren, salimos como almas que carga el diablo y cogemos el tranvía...P. dice que no va a coger el metro nunca más...promesa que cumple....hasta la noche que lo cogemos para ir de fiesta.

Nos movemos por los mejores graitos de Bruselas: primero una copa (donde pido un Canada dry) en un garito gafapasta con música internacional antigua, luego a un garito de moda donde pincha un DJ electrónico, de allí
a un bar de dos plantas de salsa, haciendo una parada en el bar tétrico: decorado con ataudes (de verdad), pintado de negro y en el que me comentan que puedes pedir copas en calaveras. Y del sitio de la salsa nos movemos al bar donde más me gustó la música...pero en donde a esas alturas de la noche la gente estaba tan borracha que era imposible disfrutar.

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